La Ley es la Ley
Los habitantes de la ciudad de México tienen
la más alta concentración de plomo en sangre.
Las indígenas que trabajan en las plantaciones
de Guatemala dan de mamar la leche más intoxicada
del planeta. Los plaguicidas que figuran en la lista negra
de la Organización Mundial de la Salud se utilizan en el
Uruguay, que es uno de los países con más cáncer
en el mundo.
Impunemente, la Volkswagen y la Ford producen y venden,
en América Latina, automóviles que carecen de filtros obligatorios
en Alemania y en los Estados Unidos.
Impunemente, la Bayer y la Dow Chemical producen y venden, en América Latina, fertilizantes y pesticidas prohibidos en Alemania y en los Estados Unidos.
La coartada es perfecta, las empresas dicen: “Respetamos la ley de cada país”, pero
ocurre que la ley de cada país rinde tributo a la ley universal
la ley de la ganancia, que el mundo de nuestro tiempo
ha elevado a la categoría de ley divina y que impunemente reina.
Y esa ley omnipotente, que rige la “lógica económica”
del Banco Mundial, condena a la naturaleza y a
la dignidad humana.
Nada de nuevo. Al cabo de cinco siglos, el
desprecio se ha hecho costumbre. La impunidad
se alimenta de la fatalidad. Nos han entrenado para creer
que la desgracia es cosa del destino, como al tipo aquel
que por obedecer a la ley de la gravedad, se arrojó desde
un décimo piso.