martes, junio 13, 2006

¿Quien esta oculto tras tu calle? Regina Pacini de Alvear


Regina Pacini de Alvear (1871-1965): Cantante lírica, hija de un barítono y una tenor, con tono de soprano, nacida en Lisboa, quien cantó en cuatro temporadas con Enrique Caruso en Londres, antes de casarse con Alvear.

En 1899, la mujer llegó a Buenos Aires tras cantar en el teatro Solís de Montevideo y aquí se presentó en el viejo teatro de la Opera de Buenos Aires, donde hoy está el cine, y allí conoció al presidente radical.

Máximo Marcelo Torcuato de Alvear se enamoró perdidamente de ella y la persiguió por todo el mundo, durante ocho años hasta que la vocalista aceptó casarse con él, al parecer, debido a la cantidad de rosas que le mandaba a su camarín tras cada función.

Alvear se gastó en la persecución casi toda la fortuna que heredó de su abuela, pero en Buenos Aires, la oligarquía rechazó a la mujer por ser una artista y se casaron solos, sin un amigo, en el Jockey Club, en 1912.

Después, su marido fue electo diputado y embajador en París hasta que en 1922 lo eligieron presidente, cuando recorría Europa, por lo que el rey de Inglaterra, Jorge V, dijo que "al fin la Argentina va a tener un gran presidente y una gran reina". Como primera dama fundó la Casa del Teatro, por lo que la sala se llama Regina, y tras la Revolución del 30 perdieron toda su fortuna, fueron a vivir a don Torcuato y Alvear murió en el 42. Allí ella comienza su venganza. Primero hizo que un gobierno conservador permitiera que se vele al ex presidente en la Casa Rosada y después le entregó a su mucama la lista de personas que la rechazaron y no les permitió llegar hasta ella para darle el pésame. El rechazo incluyó a su propia cuñada, María Unzué de Alvear quien no la recibió nunca y murió poco después que el ex presidente por el disgusto que le dio.

Ella lo sobrevivió largos años. Se refugió en Villa Elvira. Murió en 1965, a los 95 años. El día 23 de cada mes, Regina iba a la Recoleta y le llevaba a su marido un gran ramo de rosas blancas y rojas. Se sentaba en una sillita en el interior de la bóveda y pasaba largo rato allí. Sus labios se movían, las lágrimas le afloraban a los ojos como si hablara con Marcelo, como si pronunciara palabras de amor